La casa, además de ser nuestro refugio, debe relacionarse con la ciudad y producir nuevos encuentros con el contexto urbano en que se inserta. Pero, al mismo tiempo, debe manifestar una cierta condición enigmática de lo que ocurre tras sus paredes y cerramientos.
Cuánto se debe entrever la actividad en la casa desde la calle y cuánto el funcionamiento de la casa debe defender su condición más privada del resto de vecinos es una cuestión a la que este proyecto aporta una relectura.
En la casa Farol, las cuestiones sobre cómo se debe insertar la pieza en el municipio y cómo se deben producir las interacciones entre los usuarios y la vivienda han sido resueltas a través de un material tradicional, la cerámica. Si bien la vida humana, en su esencia, en sus necesidades básicas, no ha variado excesivamente en los últimos siglos, las cuestiones sociales han cambiado sustancialmente hacia una mayor complejidad. El resultado de estos nuevos condicionantes ofrece, como resultado formal y en contraste con nuestra forma de vida doméstica contemporánea, una caja sencilla, de bordes y límites definidos, de barro, suspendida, que ordena la parcela, los usos, la privacidad de sus usuarios y, sobre todo, la luz.